13 ago 2015

¡"Autoasústate"!

De vez en cuando me gusta autoasustarme. Sí, has leído bien. Me gusta asustarme a mí mismo en algunas ocasiones. Qué masoquista. ¿Acaso tiene algún sentido inyectarse horror en sangre por, aparentemente, mero divertimento?

Películas de terror, videojuegos, fotografías macabras, novelas de Stephen King y otros tantos más... Todo vale. Buscamos simplemente pasar miedo, como hobby autodestructivo. Como una prueba de fuego. Una vía para exhalar ansiedad, nerviosismo y angustia, cuyo objetivo final queda definido en sí misma.

No muchos se lanzan a caminar por la senda más oscura por su propia voluntad. Aún así, existen otros que un buen día decidieron hacer caso al tipo que dijera aquello de que “hay que vivirlo todo alguna vez”. También están los que nunca han tenido la oportunidad de asustarse de verdad. De este modo, nos colamos por el túnel de la noche y las ánimas perdidas en busca de aquel sentimiento de pavor que nuestras ilusas mentes ya no recuerdan. Es como tirarse al abismo por necesidad. Lanzarse a un inframundo nuevo para hacer turismo. Temes al coco, porque viene a comerte, y sin embargo deseas mirarle directamente a los ojos y, por qué no, escupirle en toda la cara. Y entonces todo comienza, logrando sentir eso que tanto ansiabas, aunque estés demasiado ocupado como para ponerle nombre. Estás pasando miedo y, sin saber por qué, te reconforta. Cada vez más a menudo esperas a que caiga la noche, y bajas las luces de tu habitación para crear la atmósfera perfecta.

Has conocido a los monstruos, demonios y espíritus. Y los estás aprendiendo a amar.

Ya sientes los escalofríos. Constantes y que hielan cada uno de tus huesos. Los ruidos te sobresaltan. Podría ser uno de ellos…Miras a todos los lados, inseguro, cerciorándote de que ninguna sombra de tu alrededor se mueve. Cualquier ruido podría alertarles, así que te mueves muy despacio. Y tu silencio todavía te asusta más. Y de repente te das cuenta de que te has convertido en un ser completamente vulnerable. Y es que sabes que cualquier parte de tu espalda podría ser súbitamente agarrada por la mano huesuda y sangrienta de cualquier horrible criatura. De modo que te acuestas en tu cama y haces de tus sábanas un escudo. Que te cubra hasta las orejas si es posible. Cierras los ojos, pero cuidado. ¡Si los abres tal vez te la encuentres delante mirándote con una sonrisa!

Maldita sea, necesitas ir al baño. Qué momento tan desagradable, pues desearías cualquier cosa menos salir de tu habitación. ¿Mirar hacia el fondo del pasillo? ¡Ni hablar, qué horror! Y no se te ocurra pensar en los espejos, pues quién sabe si el tipo que vive dentro pudiera cobrar vida propia…

Y al final, lo quieras o no, resulta que te encanta. Es algo sensual, intrigante y misterioso. Es la mejor forma de vivir la oscuridad, de sentir el lado más odiado de las noches. Y aunque todo haya sido imaginado, un sueño inducido, lo has temido como si fuese un miedo real. Sabes que nada de eso existe, pero recreas situaciones. “¿Qué pasaría si este muñeco de porcelana se levantase ahora? ¿Y si dos ojos blancos me mirasen al fondo de mi cuarto? ¿Y si…?” “No, cállate. Otra vez no.” Pero terminas la frase y vuelves a jugar a la casa del terror.

 
Para pasar miedo, ante todo no debes tener miedo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario