13 abr 2015

El primer beso

Curioso momento. Sí, creo haber hallado el adjetivo que mejor lo define.

Es sin duda una experiencia sobrecogedora. Un instante de tiempo ínfimo que resulta inverosímil que pueda almacenar esa colosal cantidad de sensaciones. De sentimientos. De liberación. De comienzo y de incertidumbre. Pero lo hace, vaya si lo hace.
Es algo nuevo, pero deseado con anterioridad. Ansiado a veces con locura, aunque quizá a la vez nos haya dado miedo. Algo incapaz de recibir un no por respuesta.

Aunque llegados a  una edad lo andamos buscando, nunca da pistas de su llegada. Ni señales, ni posibles indicios. El mismo Sherlock Holmes se volvería loco. Y ya cuando entra en nosotros, para nuestra alegría o desgracia, según se mire, lo hace sin llamar. Fortuito como una tormenta londinense. Un contexto que se desarrolla a nuestro alrededor sin nosotros saberlo, pero del que cuando nos percatamos ya no podemos escapar (Aunque tampoco querríamos, la verdad). Y es que cómo iba a ser posible intuirlo, o mucho menos planificarlo, si todavía no lo hemos vivido. Aun así, no es tan súbito como parece, pues nuestro inconsciente sí capta su presencia. Parece percatarse de que va a suceder algo maravilloso. Aquello que tanto nos hemos preguntado al llegar a la adolescencia acaba de volverse inminente. Entonces, increíblemente, esta oculta parte de nosotros nos hace, sin miramientos, tomar la mejor decisión posible. Apagar las luces. Cerrar los ojos y adelantarnos un paso. Dejarnos llevar. Y disfrutar.

Se produce de repente una arritmia temporal que solo de imaginarla asusta. El segundero parece que se acelera y todo lo que nos rodea se vuelve explosivo. Los nervios vibran, la sangre hierve. Los latidos del corazón se aceleran y solapan, poniendo en un apuro a los pulmones, que se plantean saltar del pecho. Manos temblorosas, el vello de punta. Toda la sensibilidad en un único punto de la cabeza. Qué exótica sensación. Ya casi sentimos placer sin contacto. Queremos que pase ya, pero también tenemos ganas de salir corriendo. Nos da miedo. Un casi erótico miedo.

Y al fin, sin más dilación, ocurre. El abismal milímetro que separa los labios de ambas personas se comprime hasta volverse nulo. Ambas bocas se juntan. Y el tiempo se para. Qué frío. Es raro. Como una pequeña descarga eléctrica en el labio inferior. Las películas estaban equivocadas. Entramos en un estado totalmente irracional, que escapa de los límites de todo lo que habíamos conocido hasta entonces. Tan ardua es su descripción que es imposible concebirla en nuestra mente, sólo puede vivirse. A continuación, nuestra mente regresa por millonésimas de segundo.

“¿Qué está pasando? ¿Es esto real? ¿Es éste el tacto? ¿Y a qué sabe? ¿Qué estará pensando? ¿Por qué? No me lo esperaba así.” Qué difíciles respuestas, mejor déjalas para luego y disfruta ahora.

Y vuelve a correr el reloj. Sin saber por qué, una chispa aparece de la nada para interrumpir lo que sería un largo y bello momento. Ambos se separan sin saber qué ha pasado. Se miran, se sonríen. Algo nuevo ha comenzado para cada uno. ¿Para ambos juntos? Quién sabe. No podemos contener tantas emociones a la vez en ese momento. Estamos tan abrumados que nos darían ganas de gritar como si tronara el cielo. Y sin embargo, dejamos que se inunde de ellas nuestro cuerpo. Como he dicho, nos ha gustado.

Quizá tras este primer beso se sucedan otros muchos más. Puede ser. De lo que esto seguro es de que aunque lo parezca no es precisamente un momento bonito o placentero. Uno puede llegar a apurarse bastante, pero hay que admitir que merece la pena. Merece la pena este instante gélido, fugaz, casi imperceptible. Rodeado de nervios y de rabia por las ganas de amar, de temor e incluso deseos de llorar. Que se liberan. Ha sido tan místico, tan extraño… Algo raro. Algo curioso.

 

1 comentario: