Vivo en una habitación con colores. Con muchos colores. Rojo,
amarillo, verde, azul, naranja, marrón, granate, blanco, negro, beige, morado, gris… La
gente me dice que no está bien vivir en un lugar con tantos colores. Que te
vuelves loco, que no es sano, que es estridente, que es agobiante, que es feo.
Parece que quieran hacerme pensar que el lugar en el que me he criado, he
crecido y crezco es un lugar feo. Es un lugar capaz de volverme loco. Quizá
estoy loco.
Al fin y al cabo, no es blanco. Al fin y al cabo, no es
apacible y sereno. Aun así, a mí me parece un lugar divertido. No es todo
igual, todo acorde con el resto de las cosas y sin variedad, inerte. Tampoco es uniforme,
universal, legible, como dicen que es la naturaleza. Y claro, parece que el caos te vuelve loco. A veces creo en el caos.
Otras no.
Resulta que el lugar en el que vivo es feo. Me dicen que es
feo. Lo blanco es bonito y el amarillo es feo. Esto no es blanco. Quizás
entonces yo también soy feo. Debo de ser feo, porque nunca fui blanco. Como mi
pared, amarillo, de muchos colores.
Todos vivís en lugares bonitos, todo es muy tranquilo. Qué suerte tenéis por vivir en esos lugares bonitos; sois bonitos. Yo no
vivo en un sitio así, pero me gusta el color amarillo. Para mí es bonito.
Pero me habéis dicho que no lo es, que no debería de gustarme. Es feo. Supongo
que ahora no me gusta. Eso me han dicho. Eso parece ser.
Y claro, qué puedo hacer yo.
Qué feo soy.
Qué bonito es el color blanco.
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