28 nov 2016

Arte

Sin saber todavía qué es el arte, hay una sutil idea que me atrevería a esgrimir sin exagerar. Y es que el arte es mágico. Hay magia en él, en que con algo de pintura puedas plasmar infinitas sensaciones. Hay magia en quienes son capaces de tallar bloques rígidos como si fueran agua.


Son mágicos los lugares donde residen esas creaciones, los museos, las salas de exposiciones... Y así es únicamente el arte que nos vinieron contando. Aquello que nos dicen unos entes postrados sobre sus jerarquías de humo. Nosotros les creímos. Nunca supimos que el humo no sostiene nada y todos caemos hacia el mismo lugar con la misma aceleración. Ahora lo sabemos, sabemos que los magos somos todos


También hay magia en la música, en una foto espontánea... O en los trazos de color de un ejecutivo al liberarse del estrés,en la sonrisa de un niño con su dibujo recién traído de la escuela. Hay magia en la unión de pequeños para crear cosas grandes, también en las calles adornadas con guirnaldas, en nuestro cuerpo y en su movimiento... Pero eso nunca lo dijeron, sólo querían que acudiéramos a un mismo lugar.


Pero cada torre es tan alta como nuestra casa en este mundo vivo y real. Ahora sé que también puedo crear, cambiar, sorprender... Magos somos todos si sabemos componer nuestros propios trucos. Podemos convertirnos en artistas a la puerta de nuestro hogar, sin pasar por filtros ni élites encadenadas. Solo tenemos que querer hacer magia. Querer hacer arte, da igual lo que sea.


Alberto García Aznar ♪

27 oct 2016

Cristal y agua

Las gotas de agua en mi cristal
chispean con las luces de los coches.
El alma muda de esta habitación
se convierte en grito y silencio de muerte.

La miro.
Se desliza transparente
para humedecerme el alma
y me resfrío.

Mis defensas están bajas;
la fiebre y el insomnio
me van a hacer más fuerte.

El frío de mi flexo encendido
es como la Luna, intocable y silente.
El mar me arrastra hacia la rendición
y yo soy el único a quien no ha vencido.


Alberto García Aznar ♪

25 ago 2016

El juego de las chispas.

Empieza el juego de las chispas y los ciegos.
Arranca el baile de máscaras
más perverso del mundo
bajo un mar de fuegos artificiales infinitos.

Acaricia mis manos con desidia e interés
incrédulos contigo misma.
Entra en la espiral de esa fricción mal medida
tan carente de cualquier tipo de fe.

Sorpréndete ante las algarabías
de un pasado escéptico que grita
y de un futuro que camina del revés,
que miente y no sabe cómo te llamas.

Fantasea como público de un circo
repleto de trucos de magia,
serpentinas, guirnaldas
y humo de fantasía.

Alberto García Aznar ♪

Calcinación

El calor
de las tardes extintas de  mitad de julio
se desvanece despacio.

Es como invertir el veloz paso
del amor al odio.

Intento desenvolverme con soltura
entre tanto aire denso y corrosivo.
Me mantengo a flote siendo un pez pálido
que vive y muere ahogado
en un agua que, solo con mirarla,
él mismo ha intoxicado.

                 ***

Dicen que el poder quema.
Pero la cercanía lo logra como nada en el mundo.

Quienes sí son poderosos
y nunca vomitaron
se alejan para extinguirse
en medio de un hervor sanguíneo
arrítmico y poco calculado.

El Sol desciende
y los suelos de la calle
aún siguen ardiendo.
¿Qué fue de tu frescura,
de esa brisa en susurros
que me agarraba con fuerza?

Ahora las temperaturas
cambian lentas y quejumbrosas.
Está herido el termómetro.

               ***

Este fin vespertino vuestro
ya no es lo que era.

Ahora yo me alejo renqueante y descosido;
crearé un nuevo origen
con mis miembros arrancados.


Alberto García Aznar ♪

23 may 2016

¿A qué venía esto?

Pensar y a la vez crear.
Y así me va.

Sufro con más que indecente constancia
el bajón de azúcar
y el aumento de tensión
de un arrebato.

Demonio manipulador del movimiento milimétrico.
Y así me va.

Serás cabrón, olvido;
que guardas en tu trastero
momentos de mi recuerdo
y versos de mi recuerdo,
recuerdos de mis versos
acompañados de sensaciones y porqués
impresos en cartón.

Mátalos a todos.
O críalos como si fueran tus hijos
sin decirme nada,
A mí, cuando me despierte,
tristemente,
nunca volverán.
Perdí la fe en ello.
Maldito cabrón.

Y así me va.

Que escribo
lo que en el aire trazo.
Siempre lo olvido
y hoy no lo sé contar.



Alberto García Aznar ♪


16 may 2016

Tengo miedo a escribir


Tengo miedo a escribir.

Mis lapiceros, tan cortos, forjados a base de colisiones con el paso del tiempo, tienen ya la punta demasiado erosionada y cortante. Intento meterlos por el pequeño cráter cavado entre las costillas dos y tres del lado izquierdo de mi pecho, pero encuentro algo que quema, que escupe veneno antes que sangre. Y el monstruo que grita desde aquí dentro no parece estar dispuesto a recibir visitas.

Si bien los dibujos los empiezo sin miedo, con su correspondiente y más que obvio fracaso – ya que yo de eso no entiendo –, a las letras del alfabeto las conozco demasiado. Ya me han sedado más de una vez con el argumento de siempre. Ya me han hipnotizado y obligado a tener el deseo de exhalar fuertemente toda esta escarcha guardada en el interior. Lo hice con confianza. Me gusta el fresco en verano, la nieve en invierno y la criogenización disimulada durante cualquier época del año. Ya no soy yo, pero soy yo más que en ningún otro momento de mi existencia. Me encanta, y me doy a la vez más miedo que caprichos. Soy los dos polos de un mismo imán en equilibrio perfecto.

Pero ahora tengo miedo a escribir.

Me he dado cuenta de que no es lo mío hablar sobre mí, y que, de todos modos, tampoco está tan mal dado que a nadie le interesa. Tengo miedo al sonido de cristal roto que tiene cada tecla de este ordenador, ese que nunca percibí y que ahora se acumula sobre mi espalda como las gotas de la lluvia punzante de ayer. Mis bolígrafos, cada cierto tiempo y con un cierto atisbo de trastorno psíquico, deslizan su tinta de sinceridad por páramos de papeles inconexos. Llevan tiempo titubeando con ello y, sin embargo, algo ya no es lo que era. Ya no hay seguridad, ya no corre por mis venas el mismo arrojo que antes usaba para crear y dialogar conmigo mismo. No sé si es algo temporal. Espero que no; estoy seguro de que no. El monstruo se ha hecho mayor, yo he mutado y ahora tengo escamas de miles de colores; colores que atraen a la Luna y brillan para vislumbrar un horizonte de, ahora sí, un río de agua impredecible y cambiante.

Sigo teniendo miedo a escribir.

Quizá me esté solidarizando con un planeta harto de verme desgarrar decenas de papeles, estigmatizados por palabras y sinsentidos que intento esgrimir para hablarme, sabiendo lo que digo pero sin decir nada. O tal vez el temor a ser leído por cualquier ser humano haya llegado hasta la puerta de mi casa, haciendo que tenga miedo yo de leerme a mí mismo. Ahora es todo tan complejo que mi refugio se ha rodeado de un perímetro de aire y silencio para manteneros a todos alejados. Al fin y al cabo, bucear hasta lugares muy profundos sigue sin interesarle a nadie; a mí tampoco brindar el oxígeno para ello.

No lo sé.

Solo sé que todo queda en nada, una y otra vez.
Solo sé que, de momento, no tengo valor para lanzarme al precipicio como en otros tiempos; soy demasiado raro. No tengo aún el suficiente aplomo y conocimiento como para volver a acariciar aquellas amigas letras, mucho menos para llevarlas de la mano ante tu vista.

Discúlpame por ello. No sé si tú o yo, pero discúlpame. Siempre he dicho que cuando haya acumulado la suficiente valentía, cuando me vea presente, cuando sea capaz,… entonces volveré :)

29 abr 2016

4:07

¿Y qué hago yo despierto
a las cuatro cero siete de la madrugada?

Sé que lo mejor sería
dejar descansar los huesos,
y los sentimientos,
después de un día tan ajetreado.

Y aquí sigo.

Consumiendo ya mis pocas energías
y mi tiempo.
Destruyendo lo poco que me quedó
de aquel momento.
Dejando que la noche converse conmigo
y todo lo congele.

¿Es necesaria esta forma de castigo?
¿Es relevante tanto tiempo de escritura?
¿O quizás es preferible
una sangrienta tortura
- esta vez tangible -
para acabar cuanto antes?

Parece más efectiva
que un corto verso exhalado,
apuntando hacia la oscuridad,
que nadie lee.
Parece benevolente
ante quien, sin desearlo,
el cielo carmín no ve.


Alberto García Aznar ♪

5 abr 2016

La Cibeles no me deja ver Marte

Al igual que la Cibeles
no me deja ver Marte,
apaga esta luz de muerte
que tanto duerme por dentro.

Quiero admirar las estrellas
que viven en mis paredes.
Son grandes enredaderas
que me ayudan a trepar
para mirar
desde lo alto.

Y cuando mire,
no veo.

Y cuando vea,
no siento.

Pero si estoy ciego
siento,
vivo,
exploro,
pienso,

y revivo.


Alberto García Aznar ♪

El día en que este blog pareció convirtirse en un blog de poesía

Todavía recuerdo el momento en el que abrí las puertas de este lugar. Quería hablar de todo, cuando hasta entonces no había querido (o quizás no me había atrevido) a hablar de nada. Quería poner orden en una habitación caótica y siempre cambiante llamada mi mente; en parte así fue. No llevo una trayectoria amplia en el mundo de los bloggers, y seguro que mis escritos son infinitamente mejorables; sin embargo, tengo la suficiente certeza como para percibir que este lugar ha cambiado bastante respecto de como empezó, habiendo empezado también de forma distinta a como lo concebí.

He de admitir que, en un principio, pretendía filosofar. Pretendía expresar mi visión del mundo desde un lugar abierto y accesible a todos los públicos, quería expresar mi forma de mirar y de concebir cada elemento de la realidad a nuestro alrededor. Siempre me ha gustado la filosofía, no negaré que tengo la mía propia. Pero no lo hice. Podemos fijarnos, filosóficas quizá tenga dos o tres entradas; a partir de ahí puede verse claro cuál es el pie del que cojeo. El punto de inflexión, sobre el papel, podría ser una entrada un tanto rota cuyo título recuerdo constantemente y que nunca seré capaz de volver a trazar. Pero esto solo sobre el papel, porque realmente el punto de inflexión fui yo. Algo cambió, tanto fuera como dentro, tanto para bien como para mal; para convertirme en alguien nuevo y a la vez ser más yo que nunca. Siempre agradeceré un giro como aquel, aunque difícilmente seré capaz de expresarlo con palabras, sé que sería algo que no interesaría ni a ti ni a nadie.

Pero aquí estoy. Cualquiera diría que la Nave Espacial Perdida se ha colgado al cuello el cartel de club de la poesía y, realmente, tampoco falta razón. Será complicado que me vea capaz de filosofar más aquí, aunque tenga más temas que nunca sobre los que compartir mi visión, y en cambio quizá siga cediendo protagonismo a mi vena más literaria, como una vía de canalización de mis inquietudes ante un público silente e invisible. Nunca quise cambiar de rumbo, pero el rumbo cambió y, afortunadamente, me he dado cuenta de ello. Seguiré escribiendo en verso mientras pueda, mientras me vea capaz y siempre y cuando me atreva. Trataré de dar lugar a la prosa, como deseo y como es obvio, variando temas si me siento cómodo, porque me he dado cuenta de que siempre quiero escribir a tal efecto y nunca se me ocurre. Aquellos pensamientos escritos en corte ensayístico sobre la realidad, la metfísica, la ética o la vida deberán esperar, posiblemente por siempre en mi cabeza - quizá la verdadera y original nave espacial -, o posiblemente no, posiblemente te la cuente de tú a tú, pero sería muy extraño que tuviera el coraje para hacerlo. Mi interior es un tanto raro. No soy yo, es él. Somos los dos, que hemos cambiado y ahora todo a nuestro alrededor es diferente.

¿Verso y algo más en La Nave? Temo que sí, sin dudarlo.
¿Para siempre? Ni yo sería capaz de asegurarlo.

2 abr 2016

Paseos de un curioso

No hay paseo tan amable
como no pasar por casa.
Encontrar una nueva calle cuando te pierdes
es como descubrir una nueva arteria dentro de tu cuerpo.
Que genere, lleve vida,
desde el corazón hasta el cerebro.

Caminábamos yo y mi esfuerzo por alzarme
dirección nordeste.
Como el viento.
Dejéme guiar por el curso de un río de contrastes
que desembocó en la Luna,
llevó mi logos al cielo.

Eran fruto de lo sutil mis hallazgos,
fruto de lo astronómicamente ambicioso mis búsquedas.
Esta, camaradas, es la contrariedad más enriquecedora.
Es cierto que quien busca encuentra.
Pero, en la búsqueda,

Sólo quien mira, ve.


Alberto García Aznar ♪

21 mar 2016

Anti-Gris

Y observando, mientras camino despacio,
de las copas arbóreas con el cielo
el contraste,
sumándole la calidez de este café,
yo me revelo.

Me revelo contra mí mismo y lo escrito
para alzar mis alas.
Alzar mi mente en vuelo.
Darme así cuenta
de que la poesía no debió ser siempre gris.
Tal y como la pintan,
como a días yo la pinté.

Fijarme de reojo
en que una conversación interesante,
aunque efímera,
puede alimentar unas rimas de color
a la vez que suicidas.

Creerme, de momento,
en que el crujir de una hoja con el suelo
es símbolo a la vez
de desmayo y de vida.
Y cuán valiosa la segunda.
Cuán olvidada entre las letras
de tiempos pretéritos.

De la esquina de una habitación
la oscuridad remota
no debiera ser matriz
de todos los versos que brotan del corazón.
Sólo si no quieres.

También este ente curvo
pero uniforme
sale al exterior.
Observa cómo realza los colores
el brillo del Sol.
Observa cómo realza tus colores,
tu mirar casi perdido ayer en verso.

Así, entre los pájaros,
sonidos y tactos,
ideas en torrentes, quizá en ríos,
aromas, culto a la esencia propia,
buscar ser un ser elevado.

¿Quién fuera el insensato
capaz de romper
- o de no ver -
con todo ello,
para escribir así,
en un tono constante,
poesía cabizbaja?


Alberto García Aznar ♪

20 mar 2016

El pescador

No fue capaz de quedarse en el albergue durante su primera noche en aquella encantadora cuidad del norte. No era demasiado grande, pero la afluencia de turistas era considerable. Así, como un turista más, aquel viajero decidió adentrarse en la ajetreada vida nocturna que el municipio acostumbraba a tener en la época estival. Sin embargo, él nunca soportó las aglomeraciones, de modo que huyó de carteles de "Bar" o de iglesias debidamente iluminadas para acercarse a la zona portuaria. El dueño del albergue le había hablado muy bien de ese lugar, y el viajero siempre se volvía algo más crédulo cuando dejaba en casa el papel de anfitrión para lanzarse a la aventura. Lo desconocido a veces nos lleva a interpretar toda palabra ajena como un consejo útil. La del dueño del albergue lo era. Por fortuna, siempre elegía a los residentes más amables durante sus andanzas.

El olor a sal y el sonido de un mar ligeramente nervioso volaban alrededor del viajero una vez que había llegado al puerto. Tras haber sobrevivido al agobio provocado por decenas de calles repletas de tabernas y gente hambrienta, la paz de aquel lugar creaba un contraste que alivió por completo su mente y sus sentidos. Encaramado a la valla del borde de un muelle, el viajero miraba hacia el otro
lado de la bahía. El escrutinio del paisaje trasnochador le llevó a dirigir la vista hacia la última de las plataformas erguidas sobre el mar, pues le llamó la atención la silueta de lo que parecía una figura humana. Más bien, de un hombre y de su caña de pescar. Estaba muy quieto, sentado en algo similar a un taburete plegable, y bien abrigado. No mostraba un ápice de intención de manipular sus instrumentos de captura, cualquiera con poco ojo podría haberlo confundido con una estatua.

Algo impulsó al viajero a dirigirse a hablar con él. Desde hace años, sabía que hablar con los locales era una de las mejores formas de conocer a fondo cada lugar, y ello hizo que su curiosidad fuera incesante allá donde se desplazara. De ese modo, se dispuso a poner sus pies sobre las envejecidas tablas de madera de la plataforma más larga del puerto.  El chasquido de las traviesas alertó al pescador de su presencia, haciéndole inmediatamente volver la cabeza. Estaba envejecido, pero su semblante parecía transmitir una energía inagotable.

- Oh... Disculpe que le moleste - dijo el viajero.
- ¿Qué necesitas, hijo?

La amabilidad en la voz del pescador resultaba desconcertante, pues aparentaba ser un hombre frío y certero.

- Veo que es aficionado a la pesca, y me ha llamado la atención encontrarle tan solo en este lugar de la ciudad. Simplemente quería charlar...
- ¡Vaya! Es la primera vez que alguien me hace una pregunta como esa, ¿sabes? - rió -. Pues sí, me encanta pescar. Llevo viniendo a este lugar cada domingo desde hace ya veintitantos años.
- ¿Tantos? Entonces este debe ser un buen lugar de captura, ¿no?
- No, la verdad es que no. Creo que mi último pez apareció hará cosa de un mes y medio. Pero no me quejo, era bastante grande - el pescador soltó otra despreocupada risotada-.

El viajero, se quedó desconcertado, perplejo. "Quién en su sano juicio iba a ser capaz de venir cada semana solo, a pescar allí donde no se pesca nada?", pensaba.

- ¿Entonces por qué está usted aquí si no pican los peces? ¿Qué le mueve a venir a este lugar para pasar largas horas a merced del frío si no logra llevarse ninguna captura?

El pescador entonces respiró hondo, giró su cuerpo por completo hacia su interlocutor y contestó:

- La captura es lo de menos, amigo mío. De hecho, no me importa en absoluto. La razón por la que vengo aquí todas las noches enriquece mi espíritu más de lo que lo haría cualquier pez con mi estómago. Mira hacia ese poste de ahí - el pescador señaló con el dedo -. Todas las noches un pájaro muy simpático se posa en el madero y empieza a cantar. No sé qué animal es, ni qué está pretendiendo, pero es ya como un amigo para mí, y su canto como música para mis oídos. Mira ahora hacia arriba. Las estrellas se extienden sobre nosotros dos como el océano que tenemos debajo, infinitas y brillantes, y podemos disfrutar de ellas durante horas. Ahora baja la cabeza y observa a tu alrededor, ahí está mi mayor aliciente cada fin de semana.

Frente a los dos hombres se extendía, imponente, toda la bahía de la ciudad. Había decenas, cientos de luces de colores que parecían las mismas estrellas que acababan de observar; la misma Vía Láctea siendo mecida por el Mar Cantábrico. El viajero jamás imaginó que las luces de una ciudad por la noche pudieran generar una estampa tan atractiva. El pescador advirtió de inmediato el brillo de sus ojos, y entonces dijo:

- Esa misma sensación tuve yo hace veintitantos años la primera vez que vine aquí, cuando todavía ni siquiera sabía pescar. Y es lo que me ha enganchado a volver semana tras semana, llueva o nieve. Desde este lugar, tengo la oportunidad de contemplar esta maravillosa vista, de oír el mar, el pájaro, mirar el cielo... Puedo pensar, relajarme, idear historias o simplemente dejar la mente en blanco y tratar de contar las luces que tengo delante. Tanto tiempo como yo quiera. ¿A quién le importa no pescar nada cuando, en cambio, puedo disfrutar de algo como esto? No tiene sentido plantearse una meta si no observas el paisaje que te rodea durante el camino.

Alberto García Aznar ♪

23 feb 2016

Hoy no tengo nada que contar

Hoy no tengo nada que contar.
Mi silueta en el espejo
dando forma a esta 'poesía' transparente
es cuanto menos signo alicaído
de veinticuatro horas ajenas al dolor.

No he contemplado lugares bellos;
tampoco valiosos.
No he podido escuchar
melodías ni saludos.
Ni observar entre líneas a las ninfas de los tiempos.

Tampoco yo lo quiero.

Flores de color han preferido cerrarse hoy al son de mi camino.
Y el nublo de esta bóveda era un océano demasiado uniforme.

El mundo no giraba.
La vida
se



ha





parado.










Y desde el limbo existencial hoy yo confieso
que este caminar a veces
no desea dejar huella.
De invadir mi aislada alcoba
solo persiste el deseo.
Y estas horribles jaquecas,
imperceptibles y a la vez molestas,
simplemente lo acrecientan.

Hoy no tengo nada que contar.
Preferiría no hacerlo,
dado que hoy esta jornada ha resultado
insípidamente amarga.
Apagadamente seria.
Seriamente vacilante.

El día casi extinto titubea para retorcerse
en un universo aún indiferente.
Dejemos, pues,
que sea la Luna
quien nos reviva y nos aplauda,
y
quien



devuelva


el tiempo a su velocidad normal.
A su nivel creciente de felicidad
tan habitual.


Alberto García Aznar ♪

18 feb 2016

Ciudad de lluvia

Ciudad de lluvia,
tus suelos acristalados
hacen brillar tus arterias
de soledad silente.

Transeúntes solitarios
se saludan sin hablar.
También sin mentir,
al escribir su registro
de páginas quemadas por los bordes
que luego rajar.

Unos fantasmas de caminar ambiguo
chapotean por los ríos de tus venas.
Las amígdalas de nuestros tiempos
perecieron dando a luz a un grito calmo.
Suspendiste tus amaneceres
en favor de un horizonte tan oscuro y blando.

Ciudad de lluvia,
que supiste reflejar todos los días
el mundo sin desearlo.
Supiste dar sonriente la vida
a quienes nunca imaginaron tus abrazos.
Nunca nos pediste nada.

Todavía me enterneces
cada vez que me hablas.
Me sonríes y me dices
que prefieres observar el arcoíris
frente a permitir que tu bóveda
se manche de aviones.

Me seduces cada vez que tus farolas
se encienden a mi paso.
Nadie lo hace
(Ellas me ven, en cambio).
Objetos tan amables, férreos seres callados,
confirman cada vez mayor calor "humano".
Ese que únicamente esconden tus ladrillos.

Y cuando me miras sin saludarme,
sin hablar y sin mentir,
es entonces cuando el agua no contagia,
sino cura.
Texturas de terciopelo que apagan los resfriados.
Qué afortunado me siento siempre que acabo empapado...

Ciudad de lluvia.
La misma en que, todavía,
viven mi ser nostálgico y mi yo.
Y es que sigues conmoviéndome.
Calando mi interior
cada vez que las agujas dan las diez en el reloj.
Cada vez que dejas que la noche
atraviese tu fiel corazón amurallado.

Los transeúntes callados,
con su desesperación inexpresiva,
buscan mirarse en los charcos
para ver si todavía éstos reflejan su cara.
Ellos te miran felices,
tal y como fueron por ti recibidos.

Hoy me siento afortunado
de residir aquí.
Benditas sean las rocas
que te protegen del peligro.


Alberto García Aznar ♪



15 feb 2016

Tarde de nubes evasiva

Tarde de nubes evasiva.
Todo apunta a una tormenta.
Persianas bajadas sólo observan
cómo se purifican de nuevo
las calles sin pisar.

Excepto una,
por la cual fluye una mente
de caminar huidizo.
De silueta oscura, de invisible hablar.

Turbando el aire al caer,
y así las hojas de lluvia,
navega esquivo destello.
Con una ilusión dormida
en mares de clorofila
que inundaron su interior.

Línea desigual, furtiva,
de unos versos que se enfrentan
a unas gotas de agua que sólo se piensan.
Que se miran sin hablar
y luego
simplemente se van.

Recorriendo aquellos retales mojados
sigue el caminante.
Las farolas no se encienden a su paso
porque no hay nadie en la calle.
Y su conversación larga y tendida
trata de convencer a las nubes
de que se queden allí arriba para siempre.


Alberto García Aznar ♪

30 ene 2016

La paradoja entre la verdad y la palabra

La irónica paradoja
entre la verdad y la palabra
es más que solvente causa
para cesar aquí mi empeño en esta escucha.
Para lograr volver paciente a mi camino.

Ni son miradas, ni son vivencias
las maquetas de plástico
de tanto amor.

Ni te acompañan, ni te imaginan.
Sirenas trazan cánticos
para el falto de visión.

Maquillado bulo abunda
por cada relato que a mi voz reclama.
Es más que presente causa
para huir de los besos de esta hiriente bruma.
Un ser superior, sólo espíritu esquivo.


Alberto García Aznar ♪

9 ene 2016

Sábado azul

Sábado azul.

Los días son más sutiles así.
Se viven más rápido.
Todo es tan efímero 
de cara al exterior...

Y a la vez son tan lentos
cuando eres tú el que se halla
aquí encerrado,
observando atónito
la inundación de tu imperio
por el océano.

Es un amanecer nublo
con el color monocorde del invierno. 
Un daltonismo inducido
por el clima aliado con el paso del tiempo.

Acaricio la visión de un sentimiento
en el abrazo de los ríos y del hielo,
que duerme bajo un alud
solo un momento,
mientras medita

en un sábado azul.


Alberto García Aznar ♪

4 ene 2016

Microcuento #3 - Ese momento que nunca llegó

Y recordar, tantas y tantas veces,
que al final aquello no ocurrió,
y quizás nunca lo haga.

Pero, aun así, decirte a ti mismo: "¿Te imaginas?

Hubiera sido precioso".