Tengo miedo a escribir.
Mis lapiceros, tan cortos, forjados a base de colisiones con
el paso del tiempo, tienen ya la punta demasiado erosionada y cortante. Intento
meterlos por el pequeño cráter cavado entre las costillas dos y tres del lado
izquierdo de mi pecho, pero encuentro algo que quema, que escupe veneno antes
que sangre. Y el monstruo que grita desde aquí dentro no parece estar dispuesto a
recibir visitas.
Si bien los dibujos los empiezo sin miedo, con su
correspondiente y más que obvio fracaso – ya que yo de eso no entiendo –, a las
letras del alfabeto las conozco demasiado. Ya me han sedado más de una vez con
el argumento de siempre. Ya me han hipnotizado y obligado a tener el deseo de
exhalar fuertemente toda esta escarcha guardada en el interior. Lo hice con
confianza. Me gusta el fresco en verano, la nieve en invierno y la
criogenización disimulada durante cualquier época del año. Ya no soy yo, pero
soy yo más que en ningún otro momento de mi existencia. Me encanta, y me doy a
la vez más miedo que caprichos. Soy los dos polos de un mismo imán en
equilibrio perfecto.
Pero ahora tengo miedo a escribir.
Me he dado cuenta de que no es lo mío hablar sobre mí, y
que, de todos modos, tampoco está tan mal dado que a nadie le interesa. Tengo
miedo al sonido de cristal roto que tiene cada tecla de este ordenador, ese que
nunca percibí y que ahora se acumula sobre mi espalda como las gotas de la
lluvia punzante de ayer. Mis bolígrafos, cada cierto tiempo y con un cierto
atisbo de trastorno psíquico, deslizan su tinta de sinceridad por páramos de papeles
inconexos. Llevan tiempo titubeando con ello y, sin embargo, algo ya no es
lo que era. Ya no hay seguridad, ya no corre por mis venas el mismo arrojo que
antes usaba para crear y dialogar conmigo mismo. No sé si es algo
temporal. Espero que no; estoy seguro de que no. El monstruo se ha hecho mayor, yo
he mutado y ahora tengo escamas de miles de colores; colores que atraen a la Luna y brillan para vislumbrar
un horizonte de, ahora sí, un río de agua impredecible y
cambiante.
Sigo teniendo miedo a escribir.
Quizá me esté solidarizando con un planeta harto de verme
desgarrar decenas de papeles, estigmatizados por palabras y sinsentidos que
intento esgrimir para hablarme, sabiendo lo que digo pero sin decir nada. O tal
vez el temor a ser leído por cualquier ser humano haya llegado hasta la puerta
de mi casa, haciendo que tenga miedo yo de leerme a mí mismo. Ahora es todo tan complejo que mi refugio se ha rodeado de un perímetro de aire y silencio para manteneros a todos alejados. Al fin y al cabo, bucear hasta lugares muy profundos sigue sin interesarle a nadie; a mí tampoco brindar el oxígeno para ello.
No lo sé.
Solo sé que todo queda en nada, una y otra vez.
Solo sé que, de momento, no tengo valor para lanzarme al
precipicio como en otros tiempos; soy demasiado raro. No tengo aún el
suficiente aplomo y conocimiento como para volver a acariciar aquellas amigas
letras, mucho menos para llevarlas de la mano ante tu vista.
Discúlpame por ello. No sé si tú o yo, pero discúlpame. Siempre
he dicho que cuando haya acumulado la suficiente valentía, cuando me vea presente, cuando sea capaz,…
entonces volveré :)
No hay comentarios:
Publicar un comentario